Calígula – Albert Camus


ESCENA V

Helicón (de un extremo a otro del escenario).- Buenos días, Cayo.

Calígula (con naturalidad).- Buenos días, Helicón. Silencio

Helicón.- Pareces fatigado.

Calígula.- He caminado mucho.

Helicón.- Sí, tu ausencia duró largo tiempo.

Silencio

Calígula.- Era difícil de encontrar.

Helicón.- ¿Qué cosa?

Calígula.- Lo que yo quería.

Helicón.- ¿Y qué querías?

Calígula (siempre con naturalidad).- La luna.

Helicón.- ¿Qué?

Calígula.- Sí, quería la luna.

Helicón.- ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?

Calígula.- Bueno... Es una de las cosas que no tengo.

Helicón.- Claro. ¿Y ya se arregló todo?

Calígula.- No, no pude conseguirla.

Helicón.- Qué fastidio.

Calígula.- Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón!

Helicón.- Sí, Cayo.

Calígula.- Piensas que estoy loco.

Helicón.- Bien sabes que nunca pienso.

Calígula.- Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.

Helicón.- Es una opinión bastante difundida.

Calígula.- Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Siempre con naturalidad.) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.

Helicón.- Es un razonamiento que se tiene en pie. Pero en general no es posible sostenerlo hasta el fin.

Calígula (levantándose, pero con la misma sencillez).- Tú no sabes nada. Las cosas no se consiguen porque nunca se las sostiene hasta el fin. Pero quizá baste permanecer lógico hasta el fin. (Mira a Helicón.) También sé lo que piensas. ¡Cuántas historias por la muerte de una mujer! Pero no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. ¿Pero qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; sólo es la señal de una verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.

Helicón.- ¿Y cuál es la verdad?

Calígula (apartado, en tono neutro).- Los hombres mueren y no son felices.

Helicón (después de la pausa).- Vamos, Cayo, es una verdad a la que nos acomodamos muy bien. Mira a tu alrededor. No es eso lo que les impide almorzar.

Calígula (con súbito estallido).- Entonces todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón. Están privados de conocimiento y les falta un profesor que sepa lo que dice.

Helicón.- No te ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero deberías descansar primero.

Calígula (sentándose y con dulzura).- No es posible, Helicón, ya nunca será posible.

Helicón.- ¿Y por qué no?

Calígula.- Si duermo, ¿quién me dará la luna?

Helicón (después de un silencio).- Eso es cierto.

Calígula se levanta con visible esfuerzo.

Calígula.- Escucha, Helicón. Oigo pasos y rumor de voces. Guarda silencio y olvida que acabas de verme.

Helicón.- He comprendido.

Calígula se dirige hacia la salida. Se vuelve.

Calígula.- Y te lo ruego: en adelante ayúdame.

Helicón.- No tengo razones para no hacerlo, Cayo. Pero sé pocas cosas y pocas cosas me interesan. ¿En qué puedo ayudarte?

Calígula.- En lo imposible.

Helicón.- Haré lo que pueda.

Estudio 1- Calígula de Albert Camus (José María Rodero, Elvira Quintilla, Manuel Galiana, Valentín Tornos)

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